Te conocí una noche lluviosa de abril. Tu cabello mojado
negro, ingreso al bar de mala muerte donde nos conocimos. Llevabas una camisa azul, unos pantalones
sueltos, que hacían ver la delgadez de tus piernas. Tus ojos estaban como
volados. Veías el camino, pero a la vez no.
Podía ver una nube oscura sobre ti. Un saco de papas en tu
espalda. Te vi con ese caminar de héroe rendido, que fue lo que me impulso a
acercarme a ti.
En ese momento me pregunte... ¿Porque siempre tengo que
estar recogiendo almas en pena en el camino?
Te sentaste a mi lado y pediste un pisco sour. Lo tomaste en
el primer sorbo y pediste otro. Quizás debí huir, pero en ese momento me había
fijado en tus ojos melancólicos. Los vi fijamente y sentí perderme en ellos.
Eran transparentes. Podía leer tu alma a través de ellos.
Se degradaban las palabras en mi boca. Quería hablarte, pero
a la vez no.
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