domingo, 22 de diciembre de 2013

El chico que no dejaba de hablar



Había quedado en verme con él a las ocho de la noche para comprar unos regalos y de ahí ir al cine. Yo que estaba en la peluquería intentando matar la cantidad de colores que tenía en el cabello y dejando que me pongan pestañas postizas una por una. Cuando me di cuenta de la hora, ya se me estaba haciendo tarde, así que le dije que iba a demorar 20 minutos más. En el camino lo llame para avisarle que ya estaba cerca y que vaya saliendo. Pero parece que no entendió bien la palabra estaba cerca, porque cuando llegue, el aún no salía de su casa. Para colmo de males estaba lloviznando y mis pestañas nuevas no iban a resistirlo. Así que me quede esperando escondida en el paradero media hora, donde me empujaron más de 10 veces. Es que ya sabrán el paradero del metropolitano en la noche es un caos. Ya congelada y media mojada llegó en el auto de su hermana. Desde que entre al auto lo note nervioso. No me miraba, es más evitaba hacerlo y se ponía a hacer bromas que sólo él entendía. Yo sonreía bajito, y en un par de ocasiones le dije que mejor… se calle, pues algunas bromas eran un poco crueles. Fuimos a comprar obsequios al centro comercial y ahí la cosa se complicó un poco más. Y no solo eran las bromas, empezó a caminar rápido delante de mí. Me dejaba atrás, no quería caminar a mi lado, no sé qué rayos le pasaba. Así que disimulando mi molestia le regale una sonrisa y le dije que no vaya tan rápido, que no me deje atrás. El me miro de reojo y dijo: Pero es que tú te demoras un montón, todo lento caminas. No lo dijo molesto, lo dijo burlón, nervioso.
Luego de eso empezó a reírse y seguir haciendo bromas que insisto, sólo él podía entender. Yo estaba un poco fastidiada y la verdad es que quería irme, pero dije, tranquila ya se le pasará, pero fuimos a pagar y no se le pasaba. Parecía un chiquillo malcriado de 31 años, y yo no le encontraba la gracia a nada de lo que hacía, ni a sus gestos obscenos con el dedo medio ni a sus risas nerviosas tontas.
Quería irme, no había forma de que vaya al cine con él, además él se había olvidado de ello. Así que estuve  a punto de llamar mi taxi, pero me deje convencer por él de quedarme un rato para ir a comer algo. En el camino lo veía más ansioso. Subía y baja el volumen de la música, por cierto música horrible. Esa música pachanguera, las culisueltas y wachiturros.

Llegamos al café y comenzó a comer, ahí cómo que se calmó y yo me sentí más tranquila. Pero termino su comida y sus ojos ansiosos se iluminaron. ¿Qué hacemos? Me preguntó. Mi casa, le dije, quiero irme a mi casa. Tú mañana tienes que viajar y yo tengo un compromiso con mi familia. Claro que eso aunque era cierto, era un pretexto. Yo quería evitar mandarlo a volar. Había salido dos veces antes con él y la habíamos pasado muy bien. Sentía que me estaba empezando a gustar, así que dije, mejor nos despedimos, el ese calma un poco y nos vemos otro día. Pero él nuevamente insistió y esta vez, cuando quise llamar a mi taxi, me quitó el celular. Supongo que en otro momento me hubiera ido corriendo de ahí, pero dije… tranquila, ya se está calmando, se hace el gracioso, síguele la corriente un rato más y te vas. Así que eso hice. Lo que siguió a continuación fue lo siguiente: Estaba ansioso por tomar cerveza y comenzó a dar vueltas para buscar trago. Yo al comienzo pensé que era una más de sus estúpidas bromitas de la noche, pero no. Estacionó en una licorería y trajo dos cervezas para él y una botella de agua para mí. Más incómoda que nunca intente disimularlo diciéndole que estaba manejando, que mejor no tome y empezó a decir que era un borracho. Luego estacionó cerca de un parque y comenzó a tomar. Yo trate de no ver tan mal todo esto e intente hablar con él, cambiarle el tema. Pero el insistía con sus bromas que ahora eran cada vez más raras. Tengo que declararte mi amor. Lo miré ya sin mucha gracia y el no dejo de hablar. Dijo que no podía más y que ahora estábamos juntos. Yo me reí y no le hice caso, pero él me insistió que le responda si aceptaba. Entonces le dije que aceptaba riéndome, entonces la broma se le fue de las manos por que siguió con el jueguito y yo a esas alturas, ya no tenía intenciones de volver a salir con él. Así que le dije, mejor llamo a mi taxi y eso hice a pesar de que quiso volver a quitarme el teléfono. El taxi venía en una hora y yo, no tenía ganas de aguantarlo ni cinco minutos más.  Creo que se dio cuenta porque se quedó callado un momento, pero claro sólo un momento. Ahora somos enamorados, dijo. Yo lo miré y pensé: Mierda, lo había dicho en serio. Si no fuera en serio, ya la bromita se hubiera acabado hace rato. El tiempo pasó y le pedí que por favor me acerque en el camino para que mi taxi me encuentre antes. Me llevó en silencio, lo vi contrariado. Con un poco de temor y queriendo asegurarme de que no había metido la pata comprometiéndome con ese troglodita que antes parecía tan caballerito, tímido y dulce le dije: ¿Ha sido una broma eso de tu declaración? Me dijo ¡Obvio que es una broma! Para ser enamorados, tenemos que estar enamorados, además ¿Tú sientes que te amo? No, le dije un poco asustada a punto de abrir la puerta del auto en movimiento. Tú tampoco me amas. ¿Pero, que, acaso quieres que estemos? Esto no es así, o sea salimos vemos que pasa, primero una amistad. Yo sólo atine a mirarlo y decirle: claro, la cosa debe fluir, mientras en mi mente me decía, pero esto entre nosotros si iba a fluir, ya se fue al carajo. Así que en un ataque de sinceridad le dije: Mira sabes que, a mí no me gusta salir mucho tiempo, o sea… - iba a decirle que mejor lo dejábamos ahí nomás pero me interrumpió – o sea que, tú te enamoras rápido, ahí nomás quieres estar. No, le dije. Pero era en vano, su cabeza estaba en otro lado. En la vía expresa los carros pasaban a gran velocidad y yo sabía que si me lanzaba del carro, aparte de romperme un hueso, posiblemente un carro atrás me aplaste. Así que me quede callada y recé para que mi taxi venga, pero no venía y la espera era eterna. Debes tener sueño, le dije. Tuve que llamar desde antes al taxi. ¡Pero lo llamaste hace una hora, no puede demorarse tanto! Mire por la ventana y me dije que la cosa se hubiera solucionado si él me hubiera llevado a mi casa, pero el niño no sabía ni quería saber dónde vivía y prefirió dar vueltas en el auto sin dejar de quejarse, de porque tardaba tanto. Yo cada cinco minutos llamaba al taxi para ver por dónde estaba, pues si no lo hacía, creo que él iba a empezar a hacerlo, ahora parecía algo enojado aunque lo disimulaba con una sonrisa un poco tonta. Luego de eso, hubo muchos silencios, y fue ahí, donde deje de mirarlo, escucharlo y fingía concentrarme en mi celular. En ese momento, su rostro pareció transformarse y sentí que el chico con el que había salido antes, estaba volviendo. El estacionó el auto y me dijo: He hablado mucha huevada hoy ¿no? Demasiadas, le dije sin mirarlo. Si, pucha, muchas tonterías he dicho, no me callo, no sé porque hablo tanta tontería. Mientras él hablaba, marque nuevamente al taxi. Estoy a la espalda, me dijo el taxista. Le dije a él que me acerque una cuadra más para encontrarme con taxi y creo que ahí se dio cuenta de que la cosa se había roto. Cuando salí del auto, al fin me sentí aliviada. Pero a la vez, sentí pena por el alma en pena que se quedaba en penumbras quizás arrepentido de todo lo dicho, o quizás feliz de verme bajar.­­
 

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