Se miró al espejo, sacándose uno a
uno los ruleros, dejando caer los bucles dorados gracias al tinte que su mamá le
había aplicado el día anterior. Abriendo
mucho los ojos, aplicó máscara sobre sus pestañas muy despacito para que éstas
no se pegaran entre ellas. Juntó los labios mientras se aplicaba el gloss rosado.
Con una brocha se aplicó rubor en las mejillas, y con una esponjita se llenó
con polvos blancos para resaltar sus mejores ángulos. Iba a ser la envidia de
todas sus amigas. Sus brillantes zapatos rojos la esperaban ansiosos a ser
probados al pie de la cama. Ella, con el vestidito lleno de encajes y sus bucaneras
color rosa, posó sus pequeños pies sobre ellos, calzándolos con delicadeza,
sintiéndose una princesa. Sí, eso, ella era una princesa, la más linda de
todas. Sus guantes rosas reposaban sobre su cama, junto a su sombrilla. Este
sería su primer té del año y todo tenía que salir perfecto. Corrió a la cocina
y llenó la canasta con los postres que su mami le había preparado para la
ocasión.
- - ¿Ya tienes todo listo
hijita?
- Sí mami – dijo mirándose nuevamente al espejo, tocando su cabello - ¿Me dejo los bucles sueltos o los recojo con un moño?
- Así estás perfecta princesita.
- Sí mami – dijo mirándose nuevamente al espejo, tocando su cabello - ¿Me dejo los bucles sueltos o los recojo con un moño?
- Así estás perfecta princesita.
Se despidió con un beso y se fue
dando saltitos al parque. El sol iluminaba su camino. Ella feliz con su canasta
en la mano y la sombrilla en la otra, saludaba a todos los rostros que se le
cruzaban en el camino. Fue la primera en llegar así que se puso a armar el té.
Sacó su mantel a cuadros rojos y las tacitas de porcelana china. En eso aparece
Mimí, con un vestido color celeste parecido al de ella, pero no igual, nunca
igual, no podría igualarla jamás. Tenía una vincha color blanca con un moñito
en el medio. Ella la saludó con un beso mientras le servía el té.
- - ¡Corina! ¡Pero qué lindo
vestido! – le dijo Mimí
- - Gracias, tú también te ves
divina – dijo cogiendo unos pastelitos en un platito - ¿Te gustan las
medialunas dulces?
- - Sí, pero solo me como una,
ya sabes, estoy a dieta – Corina sonrió por debajo – Mira ahí viene Agustín –
dijo Mimí con una sonrisa pícara a su amiga
Corina no podía disimular lo mucho
que le gustaba Agustín. De inmediato, sus mejillas se pusieron más rojas de lo
que ya estaban por el rubor y comenzó a sudar - se moría de vergüenza. Unas gotas
comenzaron a caer sobre su rostro, había comenzado a garuar. Disimuladamente
sacó un pañuelo de la canasta y un espejito del bolsillo, y comenzó a limpiarse
las gotitas que iban cayendo de su frente.
- - ¡Hola chicas! ¿Cómo están?–
dijo Agustín, acercándose a cada una de ellas, dándoles un beso en la mejilla
- - Todo bien, ¿Quieres una
medialuna? – le ofreció tímidamente Corina.
- - Sí – dijo Agustín con una
sonrisa de oreja a oreja.
En un platito, ella empezó a poner
un pastelito de cada clase para Agustín, mientras lo miraba, rojísima de la
vergüenza. Alguien se acercaba a ella por detrás, observándola con sus amigos.
Corina estaba tan nerviosa con la presencia de Agustín que no se dio cuenta del
sujeto.
- - Eh chica… ¿Estás bien? ¿Con
quién hablas?
Agustín y Mimí se quedaron mirándola.
Corina se quedó pasmada.
- - ¿No me vas a hablar? – ella
seguía sin responder – bueno nena, te dejo hablando sola, pero cuidado que te
afanan las medialunas – dijo yéndose en tono burlón.
Corina miró a sus amigos y estos
comenzaron a desvanecerse poco a poco con la lluvia. Su maquillaje corrido, su
vestido mojado. El té se había arruinado. Se puso a llorar en silencio. Nunca
se había sentido tan sola.
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