Cuando las vi, yo estaba feliz. Había pedido un jugo de fresa, galletas y estaba junto a un grupo de personas algo locas cómo yo, con las que me reía sin parar. Pero llegó un momento en el que tuve que ir al baño y camino a este las vi.
A pesar de su tamaño, se posaron cómo una sombra negra sobre mí y borraron mi sonrisa de inmediato. Ya habían pasado un par de meses desde la última vez que sabía noticias sobre aquello. Y el saber sobre esto, más que odio o cualquier otra cosa, me provocaba dolor. No me malinterpreten, nadie me dejo plantada sobre el altar, me botó del trabajo, termino conmigo, ni tuve un aborto o me sacaron la vuelta. No. Simplemente alguien me ilusionó con lo que más quería en la vida y luego… dijo “no”. Aunque ahora que lo pienso, quizás ese dolor sea comparable a todos los que he mencionado.
Pues ahí estaba yo, de pie frente aquellas postales que mostraban aquella marca, de aquella vez, de aquella oportunidad, de aquellos sueños rotos, de aquellas ilusiones destrozadas con una mirada esquiva, con el rostro duro, pesado, cayendo sobre mí en un falso beso.
- Si quieres hazlo, por mí no hay problema, pero… bueno, vas a tener que…
- ¿Mejor porque no me dices que no? Total, está escrito en tu rostro
- Mira, mejor hay que darle tiempo al tiempo, ahora todo está muy difuso… ¿entiendes?
- Entiendo que eres un pelotudo, nada más
- Oye tampoco me ofendas
- No soy oye, no puedo creer que me hallas mentido
- No te he mentido, ya te he dicho hazlo nomás, o sea hazlo yo no tengo tiempo para ocuparme de eso, así que mira, mejor…
- Mejor te vas a florearle a otra persona
- No, Jules, no te pongas así – dijiste posando tu pesado rostro, tus labios usados, maltrechos, arrugados sobre los míos – entiende que mejor le damos tiempo a que las cosas se calmen
- Por eso las mujeres te dejan, eres un pelotudo – dije con la poca dignidad que aún me quedaba y salí de su auto.
- ¿Mejor porque no me dices que no? Total, está escrito en tu rostro
- Mira, mejor hay que darle tiempo al tiempo, ahora todo está muy difuso… ¿entiendes?
- Entiendo que eres un pelotudo, nada más
- Oye tampoco me ofendas
- No soy oye, no puedo creer que me hallas mentido
- No te he mentido, ya te he dicho hazlo nomás, o sea hazlo yo no tengo tiempo para ocuparme de eso, así que mira, mejor…
- Mejor te vas a florearle a otra persona
- No, Jules, no te pongas así – dijiste posando tu pesado rostro, tus labios usados, maltrechos, arrugados sobre los míos – entiende que mejor le damos tiempo a que las cosas se calmen
- Por eso las mujeres te dejan, eres un pelotudo – dije con la poca dignidad que aún me quedaba y salí de su auto.
Las toque, casi acaricie que fue lo peor y saque una. Anunciaba algo que debió ser mío, algo que ahora pertenecía a alguien más y el dolor se hizo más profundo. Sin exagerar, sentí como si me hubieran apuñalado el pecho, justo donde tenía esa herida que nunca terminaba de cicatrizar. La devolví al estante donde había casi cien de ellas y corrí al baño. No lloré. No pude gritar en voz alta. Pero grite tanto para mis adentros, que la garganta me comenzó a arder. ¿Por qué? Me pregunté, esperando que alguna de las voces de mi cabeza me diera una respuesta sensata, pero ninguna lo hizo. Así que me eche agua en el rostro, oriné, lave mis manos y salí del baño para rencontrarme con aquellos personajes con los que hasta hace poco estuve riendo sin parar.
En algún momento la risa entre todos fue insostenible y decidimos salir de dicho café cultural que más parecía una discoteca por el volumen de la música, a algún lugar más tranquilo para seguir conversando tonterías. Fue ahí, antes de pagar que pensé: ¿A caso tengo que dejarlas ahí, vivitas y coleando para que todos puedan llevarlas a casa? ¿Qué me impide sacarlas de ese estante? ¿Alguien se daría cuenta?
- ¿Ariel?
- ¿Sí?
- ¿Me ayudas a hacer algo y no dices nada hasta que concluya con el cometido?
- ¿Me vas a besar?
- Quizás después, ahora quiero un favor – dije tocando su muñeca y jalándolo al estante
- Ten – dije cogiendo en mis manos las cien postales – escóndelas
Se levantó de inmediato el polo negro y metió las postales debajo de su pantalón. Bajo el polo y salió del café, seguido por mí.
- Ven, vamos al basurero
- ¿vas a botarlas? Al menos déjame ver una – dijo sacándolas de su escondite
- Es una larga historia, algún día te lo contaré – dije quitándoselas y arrojándolas al basurero.
Dentro del tacho público, las postales me miraban rendidas. Y yo sentía una victoria al verlas desechadas, sin la posibilidad de que alguien que no sea el basurero pueda verlas. En ese momento, la cicatriz imaginaria en mi pecho, comenzó a escocerme, pero no le hice caso y salí de ahí.
Ha pasado ya un mes de la primera vez que boté aquellas postales. Y en todo ese mes, no me he cansado de visitar cada bar, tienda, café y restaurante donde tengan estantes con postales en todo Miraflores y San Isidro. Siempre es lo mismo. Voy con amigos, me mato de risa con ellos, pido alguna comida feliz y desaparezco las postales. Cada vez que las veo en el basural, me prometo que será la última vez, que me voy a olvidar del tema y las tengo que dejar pasar. Pero no puedo. Simplemente no puedo. Las veo ahí, todas felices, riéndose ante todos, riéndose de mí. Y me dan ganas de cortarlas en pedacitos, pero cómo no puedo, sólo atino a desecharlas y luego correr a los brazos de alguno de mis acompañantes, mientras prendo un cigarrillo y lo sostengo entre mis labios temblorosos. Nunca más repito, pero sé que es inútil por ahora. La cicatriz no deja de escocerme. Más aún ahora, que mientras escribo esto en un café miraflorino, las postales sobre su estante, no paran de reírse de mí.
1 Comentarios Histericos:
Caray, se me han quedado esas ganas de buscar postales por Miraflores para ver cual es la pesadilla de Jules; buenísimo mujer, me encantó.
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