Emperatriz mide
un metro y cuarenta centímetros. Tiene brazos rechonchos, ojitos maliciosos de
esos que se mueven al percibir el éxito del resto y usa por supuesto zapatos de
tacón superior a los 10 centímetros. Trabaja de Contadora en el despacho del Doctor
Mariño. Su jefe en sí no es doctor, pero estudió derecho unos ciclos, lo
abandonó, pero cómo su papá era decano de la facultad lo hicieron graduarse
hasta con honores. En fin, el Doctor Mariño tiene una mina en un pueblito
escondido en la sierra y necesita a alguien que le vea las cuentas, mejor dicho
necesita a alguien que le ayude a tapar sus cuentas. Tiene tantas que ya perdió
la cuenta. Pero eso no es lo importante. Lo que importa es que Emperatriz está
ahí para lo que él necesite.
Esa mañana, ella
despertó como todas a las seis en punto. Su marido seguía durmiendo. Si,
Emperatriz tiene marido, es un hombre muy delgado, alto que siempre tiene
problemas con los mosquitos. O al menos eso le dice a Emperatriz puesto que
siempre llega con el cuerpo cargado de chupetones. Ella lo miró de reojo,
tratando de no contar los nuevos chupetones que traía en la espalda desnuda y
le dio un beso en la mejilla. Papito no te olvides de llevar a la nena al
colegio. El marido al escuchar a su mujer, comenzó a roncar. Emperatriz salió
de la cama, se quitó el pijama y se dio una ducha, pensando en que si, quizás
no era muy feliz, pero al menos tenía marido, una hija. Ella tenía una familia
bien constituida, no como el resto de mujeres frustradas que son madres
solteras o peor esas solteronas que dan pena, todo el tiempo regalándose a los
hombres.
Salió de la
ducha, ya cambiada con su sastre y sus tacones número 12. Su hija aún dormía y
su empleada (sí, es que ella tiene empleada) estaba sirviéndole el desayuno.
- Estoy a dieta ¡Ya te dije que no como pan!
- Lo siento señora… ¿entonces le hago un juguito?
- ¡Ya me tengo que ir a trabajar! Te tengo por las puras, no te olvides de llevar a la bebe al colegio si es que mi marido no despierta y claro de prepararle su lonchera, aunque sabes que ¡A ver enséñame lo que le vas a mandar!
- Es fruta – dice la muchacha abriendo la lonchera de la niña – platanitos y fresas cortaditos, su juguito en cajita y un pancito con jamón
- ¡Pero cómo has cortado esa fruta! Esta toda desigual, horrible, el plátano se ve marchito, tienes que aprender, cuantas veces te he dicho… por Dios, no sé porque sigues trabajando aquí
- Lo siento patrona, lo volveré a hacer
- ¿Y vas a botar la fruta? ¿Crees que es gratis?
- No patrona, pero ya la guardo para un jugo
- Jugo... ¿no? ¡Seguro te la vas a tragar! Ya, déjalo así nomás y dame mi lonchera, más te vale que sea algo light
- Estofadito de carne señora, con frijolito
- ¡Pero me has cargado de arroz! ¿Tú estás loca no? ¿Qué quieres que engorde?
- Hay no señora ¿se lo saco?
- ¡No! Lo voy a botar, prefiero eso a que te lo estés tragando con el cuento de “lo voy a botar” “lo voy a guardar”
- Lo siento patrona
- Ya, ya, yo me voy, ya sabes ordena bien todo y deja las cosas listas para el almuerzo que Lucho despierta con hambre
- Si señora
Emperatriz carga
su lonchera y su cartera y sale de su casa rumbo al paradero de buses. Es que
no tiene auto. En realidad tiene uno en la casa, pero lo usa su marido y ella
no lo usa porque el marido le dice que lo usa para trabajar. Entonces
Emperatriz sube a su combi y va por Lima unos 40 minutos hasta la oficina de Mariño.
Llega llena de sudor y fastidiada porque odia las combis, como es pequeña todos
la empujan y la pisan. Cuando está cruzando la pista del paradero para llegar a
su oficina, su celular comienza a sonar, ella mete las manitos en su cartera y
contesta.
- ¿Emperatriz?
- Sí jefe, buenos días ¿En que lo puedo ayudar?
- ¿Ya llegaste?
- Sí jefe, estoy en la puerta del edificio
- Ya, ven a la cochera, tenemos que hablar, apúrate y que no te vea nadie
Emperatriz sonríe,
tiene la ligera esperanza de que el jefe la llame para algo más que ver
cuentas, puesto que le ha echado el ojo hace muchos años y secretamente,
moriría por ser una de las tantas amantes que tiene él. Entonces va corriendo y
llena de felicidad al sótano, donde él la espera dentro de su auto. Al verla llegar, él le hace una seña con la
mano. Dos hombres custodian la camioneta del Doctor, uno de ellos le abre la
puerta, ella ingresa sonriente.
- Buenos días doctor
- Hola Emperatriz… escucha, necesito que desaparezcas el trato con Armando
- ¿Cómo?
- El trato con Armando, los contratos, las transferencias, todo, quiero que lo hagas humo
- Pero... ya todo está bien avanzado, las cosas están yendo… - él la interrumpe
- ¡Desaparece todo! ¿Me escuchaste? ¡Todo! – grita con el rostro ligeramente colorado
- ¿Se encuentra bien jefe?
- Sube y borra todo, todo ¿me escuchaste?
- Sí jefe
Mariño comienza a
sudar, ve a su seguridad inquieta.
- ¿Pasa algo? – grita el Doctor
- No salga del auto doctor
- ¿Qué sucede jefe? – pregunta Emperatriz
- ¡No sé! ¿Qué coño voy a saber? Joder tienes que borrar lo de Armando, de una vez
- Si, en este instante – dice abriendo la puerta de la camioneta, mirándolo de soslayo, contemplando los ojos verdes de él.
Emperatriz pone
un pie fuera de la camioneta, levanta la cabeza y una bala procedente de la
parte trasera le atraviesa la cabeza. El doctor se asusta,
empuja el cuerpo y cierra la puerta con cerrojo, mientras el
sonido de las balas retumba el estacionamiento del edificio.