Yo seguía mirando la pared, mientras una niña sonriente a mi lado, me daba cuerda sin parar. Me daba cuerda de una manecilla que sobresalía de mi cintura. Me daba cuerda para que yo baile. Tu hablabas, me contabas, me decías cosas que yo no quería escuchar. Seguías repitiendo lo que ya sabía. Y la niñita me sonreía, me daba cuerda, me daba ánimos.
- No puedo evitarlo - me dijiste rompiendo en llanto
Miré a la niñita y me percaté de que tenía unos ojos muy bonitos. Eran grandes, castaños, eran tus ojos. Le sonreí y acaricie su cabello lleno de tonalidades, como el tuyo, como el mío. La niñita tenía un lunar bajo el ojo izquierdo, seguro era porque me lo miraba tanto frente al espejo cuando ella vivía en mí. Y sonreía lindo, tan lindo. Cómo cuando tu y yo estábamos conscientes.
No sé por que lo dije. Solo se que tu dejaste de hablar, de llorar, de gritar. Te acercaste a mí, seguiste mi mirada que se apagaba junto a la imagen de Aurelia que se desvanecía.
- Quizás tú también deberías...
- No - te corté - yo no - te dije mirando tus ojos grandes, castaños, los ojos de Aurelia. - Uno de nosotros tiene que estar consciente, mientras el otro no lo esta. ¿No te parece?
- No estas bien, yo tampoco. Necesitamos estar bien.
- Yo estoy bien. Te juro que estoy bien. Ahora... termina la maleta. Terminala y vete ya.